Lavar la ropa a mano. Frotar las prendas con jabón Lagarto en días de lluvia y frío con la humedad de Santillana del Mar atravesando los huesos. En la dureza de la labor había un resquicio para el disfrute. Alzar los ojos y mirar al frente. Detenerse en los detalles de La Colegiata. Admirar la belleza austera del románico.
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