Verano de 1988. El pintor Roberto Orallo gana el concurso de murales que el Ayuntamiento de Santander había puesto en marcha para la Torre del Rhin. Y qué bien que se lo llevó porque convirtió la torre en uno de los lugares icónicos del Sardinero con sus bañistas cubistas. La modernidad empezaba a dialogar con el clasicismo de la arquitectura de la zona. Treinta años después una de las primeras expresiones de ‘street art’ en Santander languidece. Y nos produce una tristeza infinita. Santander con su festival Desvelarte y el éxito de Okuda se está poniendo en el mapa del arte urbano europeo. Sería bonito volver a ver a Orallo subido a unos andamios y reviviendo su obra. Un homenaje al pionero. ¿Algún mecenas en la sala?
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