Fíjense, amigos, en el tamaño del muergo. Es más pequeño que un dedo. ¡Y la cantidad de docenas que reposan en las maderas del puerto! Hace escasas horas vivían en los arenales de la bahía santanderina. Están tan frescos que se mueven solos. Pero su suerte está echada. La plancha de algún restaurante de la ciudad es su destino. Se me está haciendo la boca agua.
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