Tiene que caer la del pulpo para que Carlos y Margarita no pasen la tarde pescando junto a los raqueros. Son fijos. Carlos, de Santoña, dice que prácticamente nació en el mar, que cuando era albañil aprovechaba los fines de semana para tirar la caña, pero que desde que está jubilado no deja pasar ni un día. Coge a Margarita, su mujer, los bártulos de pesca y baja en autobús desde General Dávila con la ilusión de volver a casa con la cesta llena de cachones. De vuelta, Margarita coge las riendas de los fogones. Le encanta cocinarlos con patatas. Y sus tres hijos chupándose los dedos.
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